miércoles, 16 de abril de 2014

¡Que comience la aventura!

Decían que Alicia, el conejo y el laberinto no eran más que un cuento de niños. Yo no creo que haya cuentos para niños ni niños hechos para los cuentos. Los cuentos son, como tal. Son como cualquier historia, para adelgazar las noches y engordar los insomnios y las madrugadas y viajar, sin moverse de la silla, la cama, el asiento del coche o la sala de espera del dentista. Son aquellas historias que te leían antes de dormir. Eso que escuchabas mientras se te cerraban los ojitos, pero tú siempre pedías que acabara, que el príncipe besara a la princesa, que Alicia no regresase del país de las maravillas. Y que no se le ocurriese a nadie saltarse páginas o inventarse el final, que tú, sin saber leer, podías contar el cuento de memoria.
Cada relato marcaba el inicio de algo grande. Servía para que, entre otras cosas, todas las noches te fueses a dormir con miles de preguntas, incógnitas y dudas. Para que pensases. Pero lo más importante era aprender: los cuentos llevan de la mano una moraleja, la cuestión era ponerla en práctica.
Y, a medida que ibas creciendo, esos cuentos lo hacían contigo. Ya no te los leían a la hora de irse a la cama, ya podías leerlos tú. Algunos eligieron ser sus protagonistas y, otros, creyéndose con la capacidad de hacer soñar a los demás, decidieron escribirlos.
Escribir trae consigo salir a la calle, observar, escuchar, asombrarse, anotar y leer. Buscar a los protagonistas, un arranque, un nudo y un desenlace, tal y como son los cuentos. Describir aventuras, historias de lugares fascinantes, conocer a gente que hace de la vida algo grande. Eso es escribir.
Creces soñando. Sueñas, como te enseñaron los cuentos a soñar. Imaginas que alguien te hace un hueco en el que poder expresarte y que otros te lean. Llega ese día y sonríes, porque las oportunidades se merecen más de una sonrisa. Es el momento de trabajar, de guardar bajo llave los lamentos, de pensar que hay que ser mejor, siempre mejor que uno mismo.
Hemos venido a contar lo que pasa ahí fuera. Hacerse pequeño y grande a la vez, sintiendo el orgullo que se siente con las buenas historias, sin olvidar la pena de las malas. Por lo tanto, ¡paren las rotativas! O, mejor pónganlas en marcha. Comienza la aventura.

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