martes, 30 de agosto de 2016

¿Para qué era que queríamos ser grandes?


Si pensamos en nuestra infancia, nos damos cuenta que lo mejor de ser niños es la inocencia, la magia, la fantasía, la creencia de que todo puede ser perfecto.

Empezamos con nuestra mayor ilusión: Navidad. Esperar al Niño Dios con toda su magia, imaginar que los Reyes Magos podían entrar por la ventana (porque chimenea no teníamos la mayoría) y dejarnos algunos regalos al lado del árbol, donde habíamos dejado galletas con leche, "mantecaos" y algunos caramelos; dormir, despertar, asomarse a la ventana, mirar al cielo y buscar en las estrellas cuál era el camino que recorrieron los tres magos hasta llegar a la casa, era algo maravilloso, algo mágico.

Creíamos que todo el mundo era bueno y que los únicos malos eran el "coco", ese que venía de noche si no dormías, ese que te cogía si no te portabas bien, etc. y la policía que te llevaba detenido a la cárcel cuando dejábamos de creer en el "coco". Eran nuestros mayores temores.

Jugábamos a ser superhéroes, a mancharnos con barro, a pisar todos los charcos cuando llovía, a tirarnos con la bici por todas las cuestas (cuanto más empinadas más emoción), a mirar las nubes e imaginar figuras al igual que con las estrellas. No nos importaba mancharnos, caernos y levantarnos, correr cuando todos paraban y pararnos cuando todos corrían, no nos importaba lo que los demás pensaban de nosotros.

Éramos capaces de decir la verdad sin inmutarnos y de extrañarnos cuando nos pedían que mintiéramos

Para nosotros, lo mejor eran las risas y abrazos, el mirarnos a los ojos y entendernos. Sonreíamos cuando alguien nos sonreía y de llorar cuando veíamos a alguien llorar, éramos empáticos y no lo sabíamos (¿Seguimos siéndolo?).

Teníamos millones de ganas de aprender y nunca acababan; queríamos descubrir el mundo y el entorno que nos rodeaba con la vista, el tacto, el olfato, el gusto y el oído.

¿Para qué queríamos ser grandes? ¿No era para triunfar en la vida? ¿No era para ser felices, disfrutar de las cosas buenas y bonitas que nos ofrece tanto el mundo como muchos de sus habitantes? ¿No era para cumplir nuestros sueños sin importar lo caprichosos que sean?

Es difícil entender al ser humano. De pequeños queremos obtener cosas, disfrutar de ellas y nunca perderlas, cumplir metas, alcanzar sueños y lograrlo todo, pero cuando crecemos queremos otras cosas que contradicen en casi todo a lo que queríamos de pequeños. Pero la culpa no es del todo nuestra, sino de esos que nos influyeron con sus tontos caprichos: "hay que ser así", "tienes que sacar sobresaliente", "tienes que ir a esto", "tienes que vestir así", "tienes que"... No, la felicidad no es eso. Es cierto que hay que estar lo más capacitado que sea posible, y no es malo serlo, malo es en el momento en que pones ese tipo de cosas en primer o segundo plano y olvidas para qué era que querías crecer.

Os acordaréis cuando íbamos a preescolar (lo que ahora es Infantil) y nos hacían jugar y dibujar, y a veces dormir la siesta.
Ni hablar de nuestros cumpleaños, con castillos hinchables, parque de bolas, dulces, caramelos, tartas...
¿Y nuestros partidos de fútbol niños contra niñas? ¿y los partidos mixtos? ¿Y cuándo íbamos a jugar a la plaza o al barrio con nuestros vecinos para jugar al pilla-pilla o cualquier juego similar? No había nadie que nos parara cuando nos juntábamos para hacer travesuras, que siempre se nos salía el pulmón porque corríamos mucho para que no nos pillaran cuando las hacíamos.
¿Os acordáis en el colegio cuando venía el sustituto y nos cambiábamos los nombres? Pero nos reíamos siempre y nos descubrían. ¿Y cuándo nos decían que éramos el peor curso? Y nos reíamos porque sabíamos que les decían eso a todos los demás también. ¿Y las eternas guerras entre el "a" y el "b"? ¿Y de nuestras largas charlas sobre lo que seríamos de mayores, lo que haríamos en un futuro y lo que triunfaríamos? En realidad, nos quedaban años luz para ser adultos.

Aún así, queríamos seguir creciendo para ser feliz; y no os voy a negar que soy feliz, pero creo que esa felicidad no es la misma que la de entonces.

Dejemos a los niños que sean niños, que disfruten todo lo que puedan de esa etapa y que rían, lloren, jueguen, hagan travesuras, corran, griten...
 Si no les dejamos disfrutar de la inocencia, de la libertad, de los juegos, de la tierra, del entorno y de la vida que les rodea cuando son pequeños, ¿cuándo demonios se comportarán como niños?

Criemos pequeños "Peter Pan", que no quieran crecer y hacerse grandes. Que crezcan cuando sea el momento de hacerlo, no antes. ¡¡Son niños, no les pidamos que crezcan antes de tiempo!!

sábado, 20 de agosto de 2016

Camino de Santiago, mucho más que un camino.


Después de varios días en casa, no es la primera vez que me preguntan sobre esta experiencia (Camino de Santiago) y siempre contesto lo mismo: ha sido como vivir una pequeña vida dentro de mi vida.


Todo ha tenido su principio y su final, excepto el camino espiritual, que me acompañó durante la vuelta a casa y, probablemente, me acompañe el resto de mi vida.


La experiencia es maravillosa. Conoces a gente con la que te vas encontrando, con unos puede que apenas hables, con otros empatizas más y estás durante un tiempo a su lado; son personas con las que ríes, con las que compartes el dolor al caminar, con las que intercambias vivencias y conocimientos...; luego, hay que despedirse, o quizás tan sólo sea un hasta luego en el mejor de los casos, has de separarte para poder seguir tu propio camino... y ellos continuar con el suyo.


Hay días buenos y otros no tan buenos, llenos de dolores, lluvias que te atrapan durante el trayecto y te empapan. Ampollas que surgen en tus pies. Esto produce incomodidad y dolor pero también te hace percibir más tu cuerpo, posibilitándose quizás un aumento de la consciencia de ti mismo al estar atento a él, a lo que te comunica en cada momento. Lo sientes, le escuchas y atiendes con mayor atención porque es más que nunca tu medio de locomoción y cada día lo has de cuidar al máximo, reponerlo y curarlo tras la etapa para estar lo mejor posible a la mañana siguiente, al comienzo del nuevo día.


El Camino ha sido duro, pero debemos reconocer que el de Jesús lo fue mucho más; pero ese camino se nos hacía menos duro cuando pensábamos que lo hacíamos por y con ÉL. El cansancio, la alegría y satisfacción de llegar, el triunfo de entrar a Santiago y abrazar al Santo... todo eso es por y para ÉL. Que cuando no podíamos con nuestras fuerzas, era ÉL el que nos llevaba en sus brazos.


El camino, cada vez, se iba haciendo mejor, no sólo por los bellos paisajes sino por los increíbles momentos y por las grandes personas que conocí a su paso. También porque es una experiencia para ahondar en la fe e iniciar un camino Activo y de Verdad hacia el Maestro.


También es una forma de meditar en movimiento, tantas horas al día andando, durante tantos días te dan la oportunidad de repasar tu vida mentalmente y de tener una nueva perspectiva sobre ella al no estar físicamente donde sueles estar a diario; pudiéndose aclarar tus dudas, oxigenarse tu mente y poner luz sobre puntos oscuros o temas enquistados.


Es importante el tiempo en que se interactúa con otras personas, es tiempo de comunicación, de conocimiento de los otros, de conversación, sin importar el país de origen o la clase social. El sufrimiento, el esfuerzo o el agotamiento pueden hacer parte del camino como componentes intrínsecos, pero creo que son factores tan previsibles y tan inevitables que ni sorprenden ni afecta en demasía.


Así pues en el camino, como en la vida misma, conviven la belleza, las relaciones humanas, el dolor... con un objetivo final... ¡Llegar! Este objetivo tiene para cada persona un significado propio y diferenciado, y creo que es válido tanto si es religioso o deportivo o meramente de realización personal; hasta puede que sea un significado conjunto.


Sin darme cuenta llegué a Santiago y observé que todos mis problemas y miedos se habían esfumado y al entrar a la Catedral y abrazar al Santo sentí algo que nunca había sentido... algo especial... me curé por dentro y por fuera, la piel de gallina, sólo de recordar aquel momento.
Después del esfuerzo del camino, de andar por parajes insólitos, de compartir momentos de dificultad y de alegría con los hermanos, de ese encuentro con personas tan distintas, pero que comparten contigo un mismo objetivo... después de todo esto, tu cuerpo, cuando entras en la Catedral, experimenta sensaciones que nunca antes había percibido. ¡Y no digamos tu alma! Me sentí como en casa, como si fuera el propio Apóstol quien me abrazara al llegar.


El camino había terminado. Y, sin embargo, no sé por qué, al mismo tiempo, sentí que era en ese momento cuando empezaba el verdadero camino, el camino de una nueva vida. Debemos continuar andando, sabiendo que ÉL no nos abandonará y nos llevará de su mano. Dios proveerá y nos dará lo que necesitemos.


Finalmente decir, como no, que si tenéis la oportunidad de vivir esta peregrinación, adelante. Puede ser un medio tan válido como otro cualquiera para meditar, para sentir tu cuerpo y tu mente, para vivir en el presente, en el ahora, para poder desconectar realmente del mundo frenético y estresante durante al menos unos días... y quien sabe si de poder “despertar”.


Gracias a Rocío por invitarme a vivir esta experiencia junto al MAC.
Gracias a todos los responsables, tanto fuera como dentro del Camino, que trabajaron duro para hacer la aventura posible.
Gracias a Francis, por estar siempre al pie del cañón y preocuparse de todo y de todos.
Gracias a Yoli, por aquella etapa dura, por acompañarme y dejarme ver a Jesús en su rostro.
Gracias a Marikiki, María José, Rafa, Carlos y Pepe, por ser nuestras mamis y nuestros papis durante toda la experiencia.
Gracias a Ana, Charo y Manolo, por enseñarnos que el camino no tiene edad y que uno puede conseguir lo que se proponga con ganas y esfuerzo.
Gracias al MAC, por acogerme como una más, por no dejarme sola y por compartir tantos momentos. “El Señor me dio hermanos”.
Gracias a mis flechas amarillas: Paula, Poe, Aurelio y Tamara. Por guiar mi camino y estar ahí. Por tener a mi lado un poquito de Fundación en el Camino. Vosotros ya sabéis por qué sois mis flechas.
Y, sobre todo, gracias a Vero; por ser mi acompañante incondicional, por estar ahí a pesar de los momentos duros, por no abandonarme y por ponerme las cosas más fáciles. Gracias por estar cerca de mí y por llegar juntas a Santiago. Gracias por preocuparte y cuidarme en los momentos más duros. Gracias, ante todo, por nuestra amistad. Una experiencia más juntas unidos a ÉL, y deseando que lleguen muchas más.


Se os quiere.
Y recordad: El camino que hicimos juntos, no se podrá borrar, pues si juntos lo comenzamos, ya no tendrá final.